El haber visto este pequeño documental sobre la vida
personal y trayectoria profesional de la baloncestista Amaya Valdemoro ha
despertado un gran interés en mí de principio a fin. Conocía muy por encima
quién era Amaya, su palmarés deportivo, etc. pero sin embargo, no era
consciente de la grandeza que poseía esta deportista.
Como se muestra en el documental, ya desde pequeña
llevaba consigo siempre una energía que canalizaba a través del deporte,
comenzando a destacar ya con apenas doce años en el atletismo, y deslumbrando a
muchos unos años después con el manejo del balón. Parece que es cierto eso de
que los talentos nacen, o por lo menos en el caso de Amaya era así. Sus
primeros entrenadores de baloncesto ya veían en ella una futura estrella
nacional e incluso mundial, una joven que rebosaba competitividad, cualidades y
persistencia. Con el paso del tiempo fue ascendiendo de nivel, llegando a jugar
incluso en la NBA
femenina, donde ella misma asegura que, a pesar de formar parte del banquillo,
aprendió muchísimas cosas. De regreso a su país, fue una figura imprescindible
para la Selección Española ,
llegando a quedar terceras del mundo y segundas de Europa.
Los problemas empezaron a llegar cuando Amaya, como
muchos otros deportistas de élite, estaba llevando a su cuerpo al extremo, y
las lesiones empezaron a pasarle factura. A pesar de ello, en el deporte hay
personas que son capaces de conseguir el máximo rendimiento por encima de lo
posible (la gota que colma el vaso), y la fortaleza psicológica de Amaya
permitía que incluso jugara partidos medio “coja”. Pero sin duda, hay una parte
del documental que me pone los pelos de punta, el momento en que cae al suelo y
sufre la lesión más grave de su carrera: la fractura de las dos muñecas. En ese
momento se puede apreciar en sus gestos la impotencia y el dolor que padece la
jugadora, llegando a perder levemente el conocimiento un par de veces.
Como éste, ha habido muchos casos de deportistas
que, a raíz de lesiones graves y dada su prolongada carrera profesional en
dicho momento, han decidido retirarse definitivamente. Resulta increíble ver
que Amaya Valdemoro, a sus 35 años de edad y viéndose impedida para cocinar,
lavarse la ropa, conducir, etc., lo único que piense sea recuperarse de sus
muñecas (dos meses antes de lo que pronosticaron los médicos) y plantearse un
reto: volver a jugar a baloncesto. Es conmovedor escuchar las palabras de la
jugadora cuando afirma con solidez: “...pensando que esto se me ha acabado, al
día siguiente me levanté y dije hasta aquí hemos llegado, no pasa nada, si
estoy haciendo tres horas, pues voy a hacer otra hora más y esto hay que
sacarlo”. La gente que la rodeaba decía: “ella quiere luchar contra todo el
mundo, y contra sí misma”, “y hasta que no vuelva a ser competitiva, no se va a
ir del baloncesto, no la veo retirarse arrastrándose”, “necesita competir
porque sino, no es feliz”.
Finalmente, ella misma dice angustiada que tiene
miedo de dejar de jugar, que no quiere, que no sabría como llevarlo, que mucha
parte de ella se iría detrás, que le faltaría algo. Porque LE ENCANTA JUGAR A
BALONCESTO, y lleva desde los 14 años dedicándose cuerpo y alma a meter un
balón por una canasta. Para mí, es una
preciosa historia, con la cual podemos entender la grandeza del deporte como
forma de vida para muchas personas, que te pone barreras pero también objetivos,
y te hace ser quien tú desees.
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