martes, 13 de noviembre de 2012

Ensayo: ¿Qué es educar?

En el presente ensayo (9/11/2012) hablaremos sobre qué es educar. Antes que nada, me gustaría hacer alusión al libro de Fernando Savater:El valor de educar (1996), el cual me parece interesantísimo por la cantidad de verdades que dice en todo momento. La lectura del prólogo y el capítulo 2 de dicho libro han despertado en mí un sentimiento de disconformidad, de insatisfacción ante la triste realidad que atraviesa el sistema educativo en nuestros días, y en especial, por sentirme inmerso en el mismo.

            En primer lugar, creo que sería muy valioso remarcar algunas de las ideas que defiende Savater en su libro, con quien me he sentido muy identificado al reflexionar acerca de la educación.

            En el prólogo, comienza señalando que hoy en día existe una infravaloración de la enseñanza primaria y los maestros; y que “poco se habrá avanzado mientras la enseñanza básica no sea prioritaria en inversión de recursos, atención institucional y como centro del interés público”. Otro autor que ha contribuido a la realización del libro de Savater (J.C. Tedesco: El nuevo pacto educativo), opina que la crisis educativa actual “no proviene de la deficiente forma en que la educación cumple con los objetivos sociales que tiene asignados, sino que, más grave aún, no sabemos qué finalidades debe cumplir y hacia dónde efectivamente orientar sus acciones”.

            En el capítulo 2 habla sobre los contenidos de la enseñanza. Savater define al ser humano como un conjunto formado por una herencia biológica y una herencia cultural, donde necesariamente hay un proceso de aprendizaje. De esta forma, afirma que la enseñanza está ligada intrínsecamente al tiempo, y que la condición humana nos da a todos la posibilidad de ser al menos en alguna ocasión maestros de algo para alguien. Entonces, ¿por qué la enseñanza constituye una dedicación profesional? Muy sencillo. Por el simple hecho de que porque cualquiera pueda enseñar algo, no quiere decir que cualquiera sea capaz de enseñar cualquier cosa. A medida que las comunidades van evolucionando culturalmente, los conocimientos se van haciendo más abstractos y complejos. Por ello, la institución educativa aparece cuando lo que ha de enseñarse es un saber científico, no meramente empírico y tradicional.

            Una vez situados en el centro del meollo, nos adentraremos en el conflicto. Toda educación es deliberada y coactiva, no mera imitación: por lo que conviene precisar y sopesar los objetivos concretos que tal educación ha de proponerse. El filósofo español Juan Deval (especializado en Psicología Evolutiva y de la Educación) expone: “Una reflexión sobre los fines de la educación es una reflexión sobre el destino del hombre, sobre el puesto que ocupa en la naturaleza, y las relaciones entre los seres humanos”. Pues bien, parece que hoy en día hay grandes contradicciones entre lo que es la educación, y lo que persigue o debería perseguir.

            Si viajamos por un momento a la época de la Grecia Clásica (final del Helenismo), podemos ver cómo en aquella época se inauguró una distinción binaria entre la educación y la instrucción. La educación corría a cargo del pedagogo, quien fomentaba en el ámbito interno del hogar los valores ético-cívicos. Y por su parte, la instrucción corría a cargo del maestro, quien enseñaba a los niños una serie de conocimientos instrumentales (lectura, escritura, aritmética...). La vida se dividía en activa (ciudadanos libres en la polis) y productiva (laboriegos, artesanos,...). De esta forma, el pedagogo era el verdadero educador, quien tenía una tarea de primordial interés, imprescindible para destacar en la vida activa.

            En general se puede decir que la educación orientada a la formación del alma y el cultivo de los valores morales y patrióticos, siempre había sido considerada de más alto rango que la instrucción, que da a conocer destrezas técnicas o teorías científicas. Pero es a partir del siglo XIX cuando los conocimientos proporcionados por la instrucción se convierten en imprescindibles para fundar una educación igualitaria y tolerante. Y ya de cara a la actualidad, el conocimiento científico (al ser más unitario y objetivo) ha pasado a estar por encima de las propuestas morales y políticas y su multiplicidad de valores (que ha quedado relegado al ámbito familiar...).

            La idea es clara. En mi opinión, hemos ido a peor. Supuestamente, la enseñanza institucional (del mundo occidental, y más aun, de nuestro país) se ha erigido en algo “seguro y práctico”. No lo tengo tan claro. Realmente, hemos pasado de una educación basada en la formación ético-cívica a otra en la que continuamente se están creando, como dice Savater, “robots asalariados”.

            Personalmente, he tenido la suerte o la desgracia de haber experimentado en primera persona los efectos de esta educación moderna (a primaria y secundaria me refiero) hace poco tiempo. Y no puedo quejarme de asignaturas, he aprendido muchas cosas sobre lenguas, matemáticas, geografía, historia, física, química, etc. Pero, cuántas veces he pensado: “¿cómo se hace este ejercicio?, ¿para qué me mandan esto?, ¿qué tiene que ver con el tema?”. En otras ocasiones, me he visto agobiado entre varias cosas pendientes, entre las cuales siempre había algún trabajo de búsqueda de información sobre algo que no sabía ni lo que era, y que acababa copiando y pegando para acabar más rápido. También me resulta sorprendente el recordar cómo podía almacenar en mi cabeza al pie de la letra “todo el tocho” correspondiente al bloque de la Revolución Francesa con tan sólo quince añitos (y sin entender más de la mitad de cosas) para luego “vomitarlo” ante el examen en una hora escasa y que en tan solo una semana se me haya olvidado más de la mitad de información.

            Ahora me gustaría saber qué hay detrás de todos esos ejercicios, de esas asignaturas (más o menos interesantes) que he cursado, de aquellos profesores que tanto insistían en que lleváramos los deberes al día, de de esos libros que he subrayado una y otra vez, de los redactores, editores y autores de los mismos, y en definitiva; de la educación que he recibido. Realmente, he comprobado con mis ojos la gran carencia de valores (respecto a una formación de la personalidad propia) que presenta la educación moderna actual, y también he tenido la suerte de no caer en ellos gracias a algunos buenos profesores que ya nos advertían de ello, y a otros que eran pésimos.

            Por todo lo dicho, es imprescindible que las bases de la educación se aferren a los propósitos de la sociedad en cada momento, y que los profesores realicen su labor lo mejor posible, teniendo en cuenta que lo importante es “enseñar a aprender”, o como dice J.Balmes: “El arte de aprender consiste en formar fábricas y no almacenes”. Aún así, hoy, parece paradójico cuando en momentos difíciles se invierte en “educación” como instrumento búsqueda de soluciones, de futuro. ¿Seguro? Habrá que volver a los griegos!

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